Una muestra que a veces puede reconocerse a sí mismo, pero también a quienes habitan su entorno. Seres cuya dimensión humana fracturada, quebrada, o simplemente rota, se fracciona para luego recomponerse en un nuevo individuo, que aparece rasgando la superficie del papel como medio de supervivencia.
Desde lo más profundo de Iván
Iván en esta exposición se pasea por el dolor, la soledad, el amor, el desarraigo, el exilio, el abandono, la ira, y el miedo, entre otras emociones humanas. Las de Dumont no son pinceladas, son cicatrices que dibujan rostros que hablan, observan, se rompen y recomponen, pero que, aún así, jamás volverán a ser los mismos.
En el trabajo de Dumont no existe la preocupación por la forma, pero sí por el fondo. Es un canto de libertad. El desafío de las proporciones queda en un plano irrelevante. Parece interesarle más bien el arrebato, la imperfección, la ironía, la expresividad de un manotazo, de la pincelada oportuna, del alumbramiento inconsciente que va desde la oscuridad hasta la explosión del color. La vibración que produce el color gracias a la contundencia del acrílico, puede verse en ocasiones intervenida por creyones de cera, pasteles y grafito.
El trabajo de Dumont es un grito desde el inconsciente, una terapia -si se quiere- pictórica, que da como resultado un acercamiento a los sentimientos más primitivos y una respuesta impresa de las verdades que componen la esencia humana y estética del artista.