#DiarioDeUnViajero | Un sueño llamado Machu Picchu

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“Bienvenidos al Santuario de Machu Picchu”, dice el hombre que atiende la garita ubicada antes de llegar oficialmente a la estación Hidroeléctrica. Por ahí pasa el tren que conecta la Ciudad de Cusco con la ciudad de Aguas Calientes, o Pueblo de Machu Picchu, como se ha hecho llamar ahora. “De aquí en adelante, ya están en territorio sagrado”, agrega, y a mí me entran ganas de llorar.

.- Por: Michelle Santos Uzcategui

@MichelleUz

Hoy es el día, escribo en mi cuaderno con olor a café venezolano. Son las cuatro de la mañana y nos despertamos para salir de Santa Teresa de Cusco a la Hidroeléctrica. Desde ahí comenzaremos nuestra caminata a Aguas Calientes. Tomamos el desayuno a eso de las cinco en el Mercado del pueblo y esperamos unos minutos antes de pagar el colectivo que nos llevará hasta la entrada del Santuario. Hoy es el día de cumplir el sueño.

Camino por las vías del tren mientras pienso en cuánto he soñado con conocer Machu Picchu. Son años. Pero llego a la conclusión de que en los últimos meses me obsesioné con la idea. Sobre todo cuando mi mejor amiga se mudó a Lima y todo comenzó a parecer real. El punto más importante, el momento en el que supe que tenía que hacerlo, que más que quererlo ya debía cumplirlo, fue cuando llegué yo a Lima. El resto es historia y por eso estoy aquí.

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Fotografía: Michelle Santos Uzcategui

Dos horas y unos minutos más fue lo que nos tardamos de la Hidroeléctrica hasta la entrada al Pueblo de Machu Picchu. Lo hicimos bien, el promedio es dos horas y media, hasta tres. Y eso que nos detuvimos a tomar demasiadas fotos, a respirar montaña. A ver cómo aun estirando todo nuestro cuello aún no llegábamos a la cima de los amigables monstruos verdes que nos rodeaban; a dejarnos ver por los ojos extrañados que nos trataban de descifrar desde los cristales del tren que nosotros no tomamos.

Hemos llegado a comprar las entradas y resulta que ya se acabaron las del primer turno. Decepción. Molestia. Las del próximo turno comienzan a ser vendidas a las diez y treinta de la mañana. Todavía falta hora y media para eso. Me siento, saco mi cuaderno de “Venezuela, mi tierra, mi gente” y escribo lo que percibí del camino y cómo siempre me pasa lo mismo con los lugares increíbles de la tierra a los que he tenido la dicha de ir: sin poder hablar.

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Un peruano que ha notado mi nacionalidad gracias a la libreta me saca conversación, así que dejo la escritura para luego. Intento mantener la idea en mi mente: el camino desde la Hidroeléctrica hasta Aguas Calientes fue como entrar en un mundo paralelo en el que, si dependiese del paisaje, los cuentos de hadas fueran reales. Una clase de Sueño de una noche de verano que apenas comenzaba. Decir que las montañas eran gigantes, el sonido del río encantador y las piedras del camino tenían pigmentos mágicos no es suficiente.

Terminamos comprando las entradas en una oficina de atención al turista y pagando en el Banco de la Nación. Hemos encontrado un hostal barato donde dormir al volver de La Vieja Montaña –traducción de Machu Picchu-, así que dejamos todo lo que no vamos a utilizar. Ya estamos listos para continuar con el sueño.

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La subida me cansó. Mucho. Es un escalón tras otro con breves intervalos planos cuando se atraviesa el camino transitado por el autobús que sube a los turistas desde el Pueblo hasta la Ciudadela. Lo hicimos en una hora. De nuevo mejoramos el tiempo promedio y las expectativas del guía turístico que nos juzgaba en silencio mencionando que había gente que se tomaba hasta tres horas.

Fotografía: Michelle Santos Uzcategui

No sé si todas las Maravillas del mundo se sienten como si el tiempo se detuvo y la tierra te está hablando, pero al pararte en el primer mirador y ver de frente el cerro Huayna Picchu, el lugar te saluda. La Vieja Montaña se presenta. Te habla en un idioma milenario que sólo puedes entender a través de los sentidos.

Cierras los ojos como capturando en tu memoria lo que acabas de conocer. Respiras profundo el oxígeno de miles de años de historia. Degustas cómo la humedad de los casi 2500 metros sobre el nivel de la mar calma tu sed. Oyes, por encima de todos los murmullos en lenguas incomprensibles, cómo la tierra te invita a disfrutar de sus regalos. En algún punto de nuestro recorrido por la ciudadela nos descalzamos, cerramos los ojos y sólo nos dedicamos a sentir lo que ese Valle Sagrado de los Incas nos quería decir.

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Aunque estuvimos por lo menos tres o cuatro horas ahí, todo pasó demasiado rápido. La ciudadela es más grande de lo que parece en fotos. Son cientos de metros de historia en miles de años de civilización. Fueron decenas de pensamientos generados en Machu Picchu. Nacieron y murieron en la visita. Fue un monólogo reservado sólo para esa Vieja Montaña con una vibra que no sólo sabes que está allí, sino que la tienes que sentir. Eso, queridos amigos, dificulta que la experiencia sea algo fácil de contar.

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